Presentación

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lunes, 29 de julio de 2013

Ocho razones para votar al PP


Hay que aceptarlo; el negocio no ha funcionado, porque, admitámoslo, el proyecto vino viciado desde su origen, o quizá se torció cuando dejamos que las mentalidades más torticeras se hicieran con los mandos de la nave. Quizá el problema fue que no supimos dar el paso cuando tuvimos oportunidad y ahora arrastramos años de errores como las cadenas de un fantasma. El caso es que este país es un fracaso; ha fracasado en el único y sagrado mandato de un país: procurar la felicidad de sus habitantes. Tanto es así que, si bien el abuso de poder es parte insoslayable de nuestra idiosincracia, hemos llegado a un punto donde los que mandan ni siquiera intentan disimular que barren para casa. El fin último del gobierno no es ya, abiertamente, procurar el bienestar de sus conciudadanos sino salvar los muebles, los suyos propios.
Tanto descaro institucional ha traído consigo el cabreo monumental de los gobernados. ¿Todos? No una pequeña aldea gala sigue defendiendo a capa y espada la labor de un gobierno que ya ni siquiera defiende con convicción sus actuaciones. Todos conocemos a alguien que justifica e incluso ensalza ese desastre democrático llamado PP, en una actitud cercana a fenómeno believer. Pero si hay quien defiende al maltratador, cuando de lo que se trata es del sistema nacido de la llamada transición, entonces las defensas se vuelven numantinas.
No escasean en las redes sociales –único foro de opinión que escapa a la CT por ahora- los adjetivos a quienes describo en el párrafo anterior. Se les califica de tontos para arriba. El animal mítico “votante del PP” se ha convertido por derecho propio en un personaje de la Comedia del Arte que diariamente se interpreta en Twitter. Respondida furibundamente por aquellos que aún se atreven a llevar a gala tal condición.
Y sin embargo la realidad siempre es más tozuda de lo que pretenden dos posturas enconadas. Yo conozco gente buena, honrada y hasta muy inteligente que, para mi estupor, defiende la política del PP.
¿Cómo es posible? ¿es que no viven en el mismo país en el que yo vivo? ¿no leen diariamente los atropellos de Rajoy y su banda de ladrones?¿no ven a su alrededor como la pobreza va inundando las calles como una marea imparable? ¿No les han bajado el sueldo o subido los impuestos?¿no conocen a nadie cercano en paro?¿no tienen sentido de la ética, de empatía con los mas desfavorecidos? ¿de verdad les convence el proyecto neoliberal de Aguirres y Camps con sus casinos y sus pelotazos? ¿dónde perdieron el espíritu crítico y aceptaron esta realidad como un hecho inexorable?¿Será que tienen su parte en el reparto de beneficios y si es así como acallan su conciencia?
Reflexionando sobre el tema y de entre las escasas conversaciones que he mantenido con un defensor del PP (no se prodigan mucho en argumentos y rehúyen la mirada con cierto atisbo de culpa) me dispongo a bucear entre las posibles causas de este fenómeno, asumiendo que su complejidad escapa a mis posibilidades, pero también que no puede reducirse a “los votantes del PP son idiotas”.

1.    Orgullo
Que nadie se escandalice, el orgullo es uno de los pecados capitales más extendidos y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. A nadie le gusta que le enmienden la plana y una de las más humanas y españolas reacciones es reafirmarse en el error: estaré en un error, si, pero el error es mio y lo defiendo hasta la muerte.  Por otra parte se trata de un error de transcendencia tan enraizada en nuestra configuración del mundo y su organización que aceptar su existencia supone una seria crisis de personalidad y valores para mucha gente, y eso amigos, da vértigo.

2.    Identidad
A un sector de fanboys del PP le definen los toros, el Real Madrid y ser católico. Eso configura su personalidad y su lugar en el mundo y en la historia. Eso es lo que somos dicen, eso nos diferencia de los demás seres humanos, defienden, por eso somos los mejores, a que quieres que te gane, yo soy español, español, español. El PP representa todo esto, es el partido de la tradición y de la iglesia. Cierto que este perfil, aunque lejos de ser una parodia, no es sobre quien intenta arrojar luz este artículo, pero ¿a quien no se le ha saltado una lagrimita con el gol de España en la final del mundial? ¿ quien no ha sacado pecho al escuchar un paso doble en una fría ciudad del norte de Europa? Eso siempre lo ha sabido explotar muy bien el partido conservador. Por otro lado la identidad siempre se fundamenta en un “otro” diferente que se ha querido personificar en la izquierda. El hecho de que el PSOE tenga de política de izquierdas lo que yo de arzobispo y de que la única diferencia entre los partidos mayoritarios se reduzca a una retórica hueca progre en uno y un patriotismo cutre en otro no resta, por lo visto, un ápice de eficacia a la ecuación.

3.    Miedo
Entramos aquí en aguas de mayor calado. Se trata de un pulso mucho más subterráneo, tácito y sobreentendido. Algo cuyo nombre se evita para no invocar a la bicha. Creo que la posibilidad de que la degeneración de la situación política en España desembocase en un conflicto violento planea sobre la determinación de mucha gente de mantener un poder estable en el gobierno a cualquier precio. Por supuesto la alternativa a los dos partidos mayoritarios se entiende como una incursión temeraria hacia el vacío de poder. En el fondo se teme que cualquier chispa pueda prender una sociedad cuya cohesión es en el fondo mucho más débil de lo que se nos ha querido vender y cuyas heridas, tan profundas como puede dejar una guerra civil, nunca han sido reparadas en justicia. Es miedo lo que evita que se juzguen crímenes de guerra (que por su propia naturaleza no prescriben) y no una hipócrita apariencia de estabilidad. Y mientras decidimos que abandonar la mesa daría una mala impresión de inestabilidad, el barco que contiene el comedor se hunde.

4.    Conflicto generacional
Existe no una, sino varias generaciones, que han visto como se les denegaba sistemáticamente el acceso como parte activa a la sociedad: en España no existe relevo generacional. Se les niega desde luego, formar parte de nada que detente una cuota de poder y de decisión real en cualquier ámbito. Comprueben la media de edad en cualquier institución de nuestro país. Miren a nuestros políticos (sobre todo aquellos que son cabeza de lista y cuyos pies han de lamer quienes aspiren a un silloncito público, cortesía de las listas cerradas). Pero también han (hemos) sido excluidos de los círculos de mayor poder adquisitivo, si no tuvimos la suerte, claro esta, de nacer donde el dinero ya abundaba. Se nos ha prohibido el acceso a una vivienda que si que pudieron disfrutar nuestros padres. Hasta en lo cultural las preferencias de los jóvenes son tratadas bien como subcultura, o bien, si tienen la osadía de entrar en el mundo de los mayores, como anécdota del dominical del fin de semana (donde se destaca como virtud la juventud del interfecto, que vivirá encerrado en una espiral de concursos para (ponga aquí su disciplina de alta cultura) novel hasta los 45 años). Las personas que defienden al PP y cuya capacidad intelectual no pongo en duda suelen rondar la cincuentena, lugar desde el que, por lo visto, no se llega a divisar lo que ocurre veinte años más atrás.

5.    La lógica del esclavo
De entre todas las explicaciones esta es la que más me cuesta entender. Es esta la actitud de quien delega su propia vida en manos de otros porque “doctores tiene la iglesia” Y sin embargo yo mismo he vivido bajo este espejismo. Consiste en suponer que decisiones son correctas porque quien las toma lo hace en virtud a razones que solo ellos conocen por el hecho de detentar el poder. Aunque en apariencia la decisión sea injusta y de una miseria patente, hemos de creer que motivos que escapan a nuestro entendimiento, y que en el fondo buscan nuestro bien, subyacen en el fondo, tanto si se decide subir el sueldo al presidente de turno como entregar 39 mil millones a fondo perdido a los bancos. Occam con su navaja y 6.000 años de historia de la humanidad contradicen esta ilusión. Más bien llevamos 6.000 años intentando defendernos de quien tiene el poder. No era raro antes de las elecciones que dieron el gobierno a Rajoy oír que había que dar facilidades a los ricos para que crearan empleo para los pobres. Quien escribe esto tuvo que oírlo personalmente de manera casi textual. ¿Recuerdan el personaje de Samuel L. Jackson en Django unchained? Pues eso.

6.    El hechizo de lo convencional
Es cierto que como sociedad llevamos prácticamente 75 años en paz, si exceptuamos los atentados terroristas. Teniendo en cuenta que 40 de esos años se mantuvieron así a costa de los mas elementales derechos y libertades y que 30 restantes están resultando un negociete para dar apariencia de democracia a lo que no era otra cosa que cambiar todo para que todo siga como siempre, la perspectiva pasa a ser algo desalentadora. Pero lo cierto es que hay gente que lleva toda su vida sumergida en una placidez que parece venir de siempre y continuar para siempre. Rajoy, ladino él, ha explotado constantemente esta falsa sensación de estabilidad encarnándose en el gobierno del sentido común, de lo que Dios manda, de lo que siempre ha sido así en definitiva. Si analizamos con calma estos 75 años sin creernos por que si lo que dicen los medios convencionales, llegamos a dos conclusiones: la placidez no era compartida por todos por igual y 75 años no son nada que diría el tango, y el cisne negro –ese que no se tiene en cuenta en las apuestas porque nadie le espera- esta a la vuelta de la esquina. Mucha gente se niega a vivir fuera de matrix porque no conoce otra cosa y sea lo que sea lo que hay fuera es amenazador. A pesar de que la burbuja que nos contiene esta a punto de resquebrajarse por puro agotamiento, y porque hemos abusado de ella sin piedad, desde el principio.

       7.  Funcionarios sindicalistas borrachos y violadores
Existe una construcción generalizada del estereotipo del militante de izquierdas como una persona vaga, que vive de subvenciones, con tendencia a la vida disoluta, y a la extravagancia injustificada. Un ser en definitiva volátil y al que se engatusa fácilmente con filosofía barata, pseudociencia y demagogia humanista. ¿Saben que? Ese personaje existe y da grimilla. Pero ocurre que por cada adjetivo aplicable a la izquierda existe su contrapunto en una derecha casposa, reaccionaria, impermeable a nuevas (y no tan nuevas) ideas, supersticiosa y beata y agarrada a unos estereotipos estéticos que nada tienen que envidiar a los perroflautas. Como siempre entre los extremos hay vida, y lo peor es que en este debate se olvida la munición más importante: los argumentos y las ideas que con tanto ad hominem ni están ni se las espera.

        8. ¿Razón?
¿Y si algunos de los que defienden, no ya al PP como si fuera el club de fútbol de sus amores, sino la política del PP tuvieran sus razones? ¿y si realmente la perspectiva del caos que supondría la salida del euro, la caída del sistema financiero o el aumento del déficit público fuera mucho más terrible que la austeridad que padecemos? El debate viene viciado primero por las 7 razones antes expuestas en primer lugar. Pero aunque fuéramos un país serio capaz de hablar del derecho de autodeterminación si apelar a los tanques, la política del PP se apoya en una falsa disyuntiva: primero porque no se puede huir del caos huyendo hacia un caos mayor: todos los indicadores apuntan a que las políticas de austeridad son un suicidio, y eso dejándonos fuera otros indicadores menos económicos. Sea como fuere es difícil justificar éticamente el hecho de inyectar millones de euros a bancos a fondo perdido, que sus responsables no conozcan ninguna consecuencia después de ser los responsables directos de la ruina de medio mundo y que lo paguemos entre todos con nuestra sanidad, nuestra educación y nuestros impuestos.

Sospechamos que estos señores no tienen mucha idea de lo que están haciendo y que, si fuéramos mal pensados, nos parecería que lo que realmente están haciendo es apuntalar un sistema que garantiza los privilegios de unos pocos. Por que quizá es eso de lo que siempre ha tratado esto; los privilegios de unos pocos.