Hasta hace poco yo era un orgulloso urbanita como vosotros, aspiraba el
humo de los coches con delectación y te restregaba mi cosmopolitismo por la
cara a la mejor ocasión. Madrileño de Lavapiés, ahí es nada, pata negra. Pero
ser guay amigos no es tan fácil, conlleva unas responsabilidades y unos
posicionamientos. Hay quien se entrega a ellos con pasión desaforada cual
Rosarito Flores en la voz Kids, pero algunos, Ay!, no tenemos esa pureza en la
mirada y se nos hace difícil compartir el entusiasmo de ciertas posturas que
serán comprometidas, solidarias y transversales –no lo dudamos- pero que
también tienen un alto contenido en postureo y sobre las que tengo ciertas
dudas que paso a intentar explicar a continuación.
Sea como fuere, durante mi vida en Lavapiés y como responsable de una
criatura, me las vi para sacar al infante a algun espacio no asfaltado y al
final de un trayecto que no supusiese esquivar manadas de turistas japoneses y
atravesar un paso de cebra que podría ser una prueba de humor Amarillo (a veces
uno tiene la sensación de estar entre un pelotón de fusilamiento en los pasos
de cebra). A pocos metros de casa apareció la solución: los vecinos se habían
hecho con un descampado cedido por ayuntamiento para crear un parque
autogestionado.
Aclaremos algo, soy defensor incondicional de la movilización ciudadana
y pasando por alto que el descampado es feo como sólo un descampado puede
serlo, la iniciativa me parece genial y debería haber más gente como ésta que
presta su tiempo y su inteligencia al servicio de la comunidad.
Dicho esto no puedo evitar que todo este movimiento me deje
un regusto a rendición, a abandono. Soy un romántico que aún considera vigentes los postulados de Rousseau, que aún cree en el contrato social y en lo público
como la verdadera riqueza de los desheredados. Creo en los parques públicos. Y
creo en la política como voz de los que no tienen otros medios para hacerse
oír. Cuando veo espacios como “esto es una plaza” me pregunto porque se ha
creado un parque desde un colectivo que intenta representar los legítimos
intereses del barrio, cuando deberían reclamar lo que es suyo: el ayuntamiento y su obligación de hacer
parques públicos.
Sin embargo se cede al enemigo el terreno; estos ya no son
nuestros parques ni nuestra política, así que nos hacemos nuestros propios
parques, más cutres, peor equipados y que debemos mantener nosotros. No sé como
se puede inquietar así a la administración, abandonando cualquier pretensión de
hacerla propia y entregándosela a los cafres que ahora nos gobiernan.
Dos son las contestaciones a lo que aquí planteo: la primera,
y mas obvia, es que este sistema es sordo y ciego y esta más preocupado por
volar los puentes que unen la ciudadanía con la política que en devolverla a
sus legítimos dueños. Es cierto, pero eso sólo significa que la lucha es más
difícil, no que haya que abandonarla. La segunda partiría de unos postulados
políticos que sin bien no desprecio, no comparto: si lo que se pretende es
acabar con el Estado y autogestionarse, la vieja tradición anarquista que aun
colea, nos llevamos el debate a otra parte, pero no tengo tanta confianza en el
ser humano como para apoyar la idea.
Lo que aquí ejemplifico con un parque tiene su reflejo en
muchas manifestaciones del pensamiento progresista en España: Las críticas contra la inutilidad del Senado
arrecian con argumentos de tal calado que nadie podría defenderlo. Sin embargo
yo siempre me he preguntado por qué no en vez de eliminarlo, se refunda para el
cometido para el que se creo y que nunca se le dejó tener: el de la representación
territorial frente a la política que detenta el Congreso.
Esa misma pátina de aparente rebeldía se cuela en
movimientos como el crowdfounding que aquí se despelleja sin piedad. (Aunque he de decir que no comparto toda la inquina
que vierte el autor).
En definitiva, y como si de una asamblea del 15M se tratara,
propongo no ceder un centímetro de lo público en vez de fundar un estado
paralelo, reconquistar (si es que alguna vez fueron nuestras) las instituciones,
restituirlas en su valor originario si lo tienen; antes de dar por desahuciado
al enfermo habría que intentar atajar la infección.