Presentación

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lunes, 24 de marzo de 2014

La rendición de los urbanitas


Hasta hace poco yo era un orgulloso urbanita como vosotros, aspiraba el humo de los coches con delectación y te restregaba mi cosmopolitismo por la cara a la mejor ocasión. Madrileño de Lavapiés, ahí es nada, pata negra. Pero ser guay amigos no es tan fácil, conlleva unas responsabilidades y unos posicionamientos. Hay quien se entrega a ellos con pasión desaforada cual Rosarito Flores en la voz Kids, pero algunos, Ay!, no tenemos esa pureza en la mirada y se nos hace difícil compartir el entusiasmo de ciertas posturas que serán comprometidas, solidarias y transversales –no lo dudamos- pero que también tienen un alto contenido en postureo y sobre las que tengo ciertas dudas que paso a intentar explicar a continuación.
Sea como fuere, durante mi vida en Lavapiés y como responsable de una criatura, me las vi para sacar al infante a algun espacio no asfaltado y al final de un trayecto que no supusiese esquivar manadas de turistas japoneses y atravesar un paso de cebra que podría ser una prueba de humor Amarillo (a veces uno tiene la sensación de estar entre un pelotón de fusilamiento en los pasos de cebra). A pocos metros de casa apareció la solución: los vecinos se habían hecho con un descampado cedido por ayuntamiento para crear un parque autogestionado.
Aclaremos algo, soy defensor incondicional de la movilización ciudadana y pasando por alto que el descampado es feo como sólo un descampado puede serlo, la iniciativa me parece genial y debería haber más gente como ésta que presta su tiempo y su inteligencia al servicio de la comunidad.
Dicho esto no puedo evitar que todo este movimiento me deje un regusto a rendición, a abandono. Soy un romántico que aún considera vigentes los postulados de Rousseau, que aún cree en el contrato social y en lo público como la verdadera riqueza de los desheredados. Creo en los parques públicos. Y creo en la política como voz de los que no tienen otros medios para hacerse oír. Cuando veo espacios como “esto es una plaza” me pregunto porque se ha creado un parque desde un colectivo que intenta representar los legítimos intereses del barrio, cuando deberían reclamar lo que es suyo: el ayuntamiento y su obligación de hacer parques públicos.
Sin embargo se cede al enemigo el terreno; estos ya no son nuestros parques ni nuestra política, así que nos hacemos nuestros propios parques, más cutres, peor equipados y que debemos mantener nosotros. No sé como se puede inquietar así a la administración, abandonando cualquier pretensión de hacerla propia y entregándosela a los cafres que ahora nos gobiernan.
Dos son las contestaciones a lo que aquí planteo: la primera, y mas obvia, es que este sistema es sordo y ciego y esta más preocupado por volar los puentes que unen la ciudadanía con la política que en devolverla a sus legítimos dueños. Es cierto, pero eso sólo significa que la lucha es más difícil, no que haya que abandonarla. La segunda partiría de unos postulados políticos que sin bien no desprecio, no comparto: si lo que se pretende es acabar con el Estado y autogestionarse, la vieja tradición anarquista que aun colea, nos llevamos el debate a otra parte, pero no tengo tanta confianza en el ser humano como para apoyar la idea.
Lo que aquí ejemplifico con un parque tiene su reflejo en muchas manifestaciones del pensamiento progresista en España: Las críticas contra la inutilidad del Senado arrecian con argumentos de tal calado que nadie podría defenderlo. Sin embargo yo siempre me he preguntado por qué no en vez de eliminarlo, se refunda para el cometido para el que se creo y que nunca se le dejó tener: el de la representación territorial frente a la política que detenta el Congreso.
Esa misma pátina de aparente rebeldía se cuela en movimientos como el crowdfounding que aquí se despelleja sin piedad. (Aunque he de decir que no comparto toda la inquina que vierte el autor).
En definitiva, y como si de una asamblea del 15M se tratara, propongo no ceder un centímetro de lo público en vez de fundar un estado paralelo, reconquistar (si es que alguna vez fueron nuestras) las instituciones, restituirlas en su valor originario si lo tienen; antes de dar por desahuciado al enfermo habría que intentar atajar la infección.