Presentación

¡Escucha valiente lector que te aproximas a las procelosas aguas de este blog! oye el consejo de los Dioses de la red y antes de sumergirte, lee esta entrada que es a la vez carta de navegación y aviso a navegantes

martes, 22 de noviembre de 2011

Papá, este señor me quiere gobernar


Me cagüen esta vida
que acabo de empezar.
Me cagüen este día
y me cagüen este par
de juláis que esperan
la felicidad
trayendo a este mundo
a uno que no pidió entrar

Los Enemigos

Uno nace, crece e indefectiblemente llega un punto en que reniega del mundo en el que le ha tocado vivir. Es un argumento cobarde, pero algo de razón lleva: A mi nadie me ha preguntado antes de traerme aquí si me parecía bien. Efectivamente; nos sueltan por la vida empujados por el instinto de reproducción, la realización personal y, en algunos casos, la sincera intención de regalarnos la oportunidad de vivir. Con la edad esa breve fase de rebeldía vital se torna en agradecimiento, pero la pregunta sigue vigente y es válida.

Lo que cambia es el destinatario.

Hay cosas que, sencillamente hay que aceptar que son así. Otras, sin embargo, apelan al deber ético de tratar de cambiarlas por injustas. Casi cualquier construcción antrópica es susceptible de ser criticada, mejorada o abolida por medio del inconformismo guiado por el sentido de la justicia. Grandes palabras estas para ser pronunciadas a la ligera.

Empecemos por el principio. Vamos a dar por sentado que el hombre es un animal gregario y que es en conjunción con otros hombres como mejor sobrevive al tiempo que le toca vivir. Asumiendo pues que estamos condenados a entendernos y que tirarse al monte no es la solución, hemos de enfrentarnos a quienes sacan partido a la situación a costa del prójimo. Bien por tener un palo más grande o un cuñado en el ayuntamiento, no faltará alguien sin escrúpulos que quiera aprovecharse de una situación de poder. Pero, ¿es lícito que una persona detente poder sobre otra? ¿En que circunstancias ese poder es un medio de satisfacer el hambre de dominio sobre los demás y en cuales ese poder es un medio para organizar mejor la comunidad? En definitiva, ¿cuándo es un poder legítimo y cuando es nuestro deber intentar derribarlo? En estas nos vemos.

La segunda premisa sobre la que calzaremos esta mesa viene a decir que todos los hombres nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, y si usted piensa que una persona por nacer en determinado lugar, de determinado color o con determinado sexo tiene menos derechos o dignidad que usted, probablemente no tengamos mucho más que decirnos, pero aún así apelare a su sentido de la empatía con los que son como usted (dos piernas, dos brazos, dos orejas y si le pinchan, ¿no sangra? William dixit). Si aún así esto no le convence es difícil que lo haga, pero lo intentaré aduciendo que todas las ideologías son relativas, frente a la cual lo más razonable es convenir ninguna puede imponerse a otra y por tanto todos los hombres nacemos libres e iguales en dignidad y derechos (esta argumentación le será especialmente odiosa al infalible Papa). Quedo abierto a la discusión en cuanto me aporte prueba concluyente de lo contrario. No concibo los Derechos Humanos como otra ideología más, sino como un ecosistema en el que todas ellas puedan convivir (con la excepción, claro esta, de las que los contradigan abiertamente). Con esto concluyo que hay límites irrenunciables a la hora de elegir un sistema de gobierno: por mucho que 99 de 100 individuos voten a favor de esclavizar al único negro, tal decisión no sería lícita porque traspasa esa frontera.

Ya tenemos dos premisas: la necesidad de organizarnos en comunidad y un límite que la enmarca que son los Derechos Humanos. Ahora toca remangarse y elegir la mejor opción, o al menos la más justa. La respuesta tiene 200 años y quien mejor perfiló la idea se llamaba Jean-Jacques Rousseau en su Contrato Social. Allí se afirma que el poder que rige a la sociedad es la voluntad general que mira por el bien común de todos los ciudadanos. La idea que se destila del escrito es simple a la vez que poderosa y se contiene en el mismo título: la organización de la sociedad se ha de basar en un contrato de todos sus miembros que se comprometen de forma libre y voluntaria. No se trata aquí de ahondar en el pensamiento de Rousseau –ambiguo y sugerente en muchos casos- sino de reivindicar la simpleza del contrato en si.


Rousseau nos mira preocupado por
lo que hemos hecho con sus ideas

Antes de que Jean-Jacques iluminara las calvas de los ilustrados con su sentido común, quienes ejercían de facto el poder se las han visto y deseado para justificar su privilegio; La ley del más fuerte (sencilla pero de argumentación algo débil), la consanguinidad en línea ascendente con algún héroe mitológico y todos sus derivados sanguíneos (purezas de raza en general) y por fin, la más sofisticada construcción de un sistema de creencias sobrenaturales no sujetas a la comprensión terrenal que, curiosamente, apuntalan a un poder a cambio de privilegios a una clase sacerdotal (¿les suena?). Doscientos años después de que alguien desenmascarara tanta falacia seguimos en las mismas. Da que pensar el hecho de que muchas de las leyes de los cuerpos jurídicos de los países modernos, no tiene por objeto regular la relación entre ciudadanos sino de proteger a aquel frente al estado.

Llegados a este punto, retomo la pregunta que encabeza el escrito y proclamo: ¿Quien me ha preguntado a mi si acepto las reglas de este sistema?, pero se lo pregunto a quien detente el poder. Evidentemente no es posible que cada persona que se asoma al mundo pueda optar a firmar o no el contrato primigenio, no sería práctico. Así que, hasta cierto punto, esta realidad entraría dentro de aquellas que hay que aceptar en principio. Pero esto no significa que haya que resignarse a un contrato manifiestamente injusto o que ya no tenga el beneplácito de, digamos, una parte representativa de los contratantes. Habrá de ser lo suficientemente flexible como para dar cabida al natural cambio de los tiempos, con sus particulares inquietudes y sus naturales adelantos para que los que vienen cambiando el mundo no vean frustrada su intención de participar en él.

La teoría del contrato Social ha experimentado revisiones y adendas desde que Rousseau la formulara. Como tampoco pretendemos estar aquí a la cabeza de la investigación sobre filosofía del derecho, pido por adelantado disculpas por si mis razonamientos están superados (hagan sangre en el foro, no se corten!). Aún así me parece muy atractiva una figura que añade un valor añadido al famoso contrato. Se trata del Velo de la Ignorancia de John Rawls.

Copio de Wikipedia:

(…) las personas acuerdan las condiciones de un contrato que define los derechos y deberes básicos de los ciudadanos en una sociedad civil. La gran diferencia, sin embargo, consiste en que en el estado de naturaleza puede suceder que ciertos individuos (los más fuertes o talentosos) obtengan una ventaja sobre otros, más débiles o menos capacitados. Para evitar esto, Rawls establece que en la posición original se determinan representantes de los ciudadanos que son puestos bajo un velo de ignorancia, que como tal, les quita información acerca de las características moralmente irrelevantes de los ciudadanos por ellos representados. Por consiguiente, estas partes representativas no estarán al tanto de los talentos y habilidades, etnicidad y sexo, religión o sistema de creencias de sus representados. Este es el carácter que le da imparcialidad a la posición original, cuestión que el estado de naturaleza carecía.

En otras palabras (las mías): cuando uno firma el contrato negociará las cláusulas según le convengan, como es natural, pero además su estatus en la sociedad le puede dar un situación privilegiada para negociarlas, lo que provocaría que la justicia huyese despavorida una vez más por la puerta. Rawls propone una especie de juego en el que los participantes no saben de antemano lo que van a ser en el tablero, de manera que, a la hora de decidir las reglas, lo harán de la manera más justa. Si usted no sabe si va a nacer mujer, homosexual, presbiteriano o mulato (o banquero o marqués o rico por su casa) se guardará muy mucho de crear una sociedad donde cualquiera de estas circunstancias supongan un obstáculo para su completa realización.

Transplantando esta idea al mundo de los vivos, los actuantes deberían desarrollar un profundo sentido del bien común. No concibo otra forma de alimentar aquel más que por medio de la educación (pública y gratuita, con el permiso de Espe). Pero, me dirán ustedes, eso es una quimera, y tienen ustedes razón, pero también lo era la abolición de la esclavitud en el siglo I. Yo trato aquí de dilucidar que convierte a un poder en legítimo. A lo mejor tenemos que concluir que es imposible.

Resumo mis conclusiones:

-El poder legítimo es aquel que se deriva tan solo de un pacto entre las partes que componen una sociedad

-Ese pacto tiene como límites los Derechos Humanos

-El Contrato debe tener flexibilidad suficiente para poder adaptarse a la evolución de la sociedad que lo suscribe

-El pacto debe estar presidido por una conciencia social que se antepondrá al beneficio de cada individuo y buscará, en equilibrio con lo anterior, que todos puedan desarrollarse según sus inquietudes.

A lo mejor es poco y demasiado evidente, pero como advertimos al crear este blog, aquí se pretende volver a redefinir los conceptos mas sencillos y a partir de ahí, ir construyendo. En cualquier caso recuerden que lo último que se pierde es el sentido del humor

jueves, 17 de noviembre de 2011

Esto es así de toda la vida de Dios

Por: Excusatio non petitas

A veces es fácil explicar las cosas a un niño de 7 años.

-¿Que es eso de las elecciones, papá? - me dice mi hijo mientras se termina un yogur de postre. En la tele están emitiendo el sumario del telediario y han salido unos tíos con barbas perorando delante de convencidos entusiastas agita-banderines. Fregar los platos de la cena no me impide responderle.

- Dentro de poco vamos a elegir quien nos va a gobernar.

- ¿Algo así como el jefe?

- Sí, algo así.

Vale, dentro de poco NO vamos a elegir quien nos va a gobernar. Las elecciones son para constituir un parlamento (y, vale, también un senado), del que saldrá un presidente del Gobierno posteriormente, dependiendo de los votos, alianzas y demás marrullerías políticas. Pero la idea más o menos está clara. Entre todos los españoles, decidimos quien va a ser el jefe de todos nosotros.

Luego cae la bomba. Sí, a veces es fácil explicar las cosas a un niño de 7 años...

- Y al rey, ¿quién lo elige?

... y a veces no lo es tanto. Mientras coloco un vaso en el escurridor suspiro. ¿Por dónde empiezo? Es tarde, estoy cansado, aun me queda media pila por fregar y, con la que está cayendo fuera, experimentar ese momento tan especial en el que el-perrito-blanquito-algodonoso-adorable se convierte en el-puto-perro-de-los-cojones cuando toque bajarle a pasear. Porque la primera respuesta que sale es que nadie elige al rey, que simplemente por la unión de cierto espermatozoide que ha salido de cierto testículo (en este caso hay dos opciones) de un cierto ser humano varón con cierto óvulo dentro de las trompas de Falopio de cierto ser humano hembra, ¡ya tenemos un rey! Nada de subterfugios, elecciones y demás atrasos culturales. El caso es que no me apetece plantear esta noche estos conceptos. Comprendedme.

Así que le digo la verdad; o más bien, otro aspecto de la verdad.

- Al rey no lo elegimos. Nos vino impuesto. Unos señores hace mucho tiempo decidieron que teníamos que tener un rey.

Porque la cosa es así de sencilla. En general, entiendo que una inmensa mayoría estamos de acuerdo con las reglas de la democracia. A partir de ahí nos quejamos de su cumplimiento, pero partiendo de la idea de que la democracia más o menos es lo que vale para entendernos entre todos. Sí, ya sé que hay muchos que piensan que la democracia es eso tan bello en lo que vivimos hasta que votas TÚ, pero eso lo dejamos para otro día. El asunto primordial es que todos pensamos que elegir de alguna manera plebiscitaria a un presidente de Gobierno, como concepto, así, en plan figurita de Yadró para poner en la estantería encima del televisor, es algo muy bonito. Todos de acuerdo. El concepto "rey" ya es otra cosa. Ahí muchos, cada vez más, pensamos que el tema rey es algo precioso y molón, sí, pero para fantasear historias en plan "Juego de tronos". Como concepto real (del inglés "real", no "royal"), el asunto no tiene mucho recorrido en una sociedad que se quiere llamar así misma seria. Porque un rey no es más ni menos que un jefe de estado que no es elegido por votación, sino por vía hereditaria. Como mi padre fue rey yo soy vuestro Jefe de Estado. Es así, y punto.

Hay aristas que considerar. En Reino Unido y en algún otro país europeo también hay monarquías: ¿es que no son serios esos estados? La respuesta corta es no. No son serios. La larga es que no son serios porque son monarquías. Y la más larga es que no, no son serios porque son monarquías y dejando de serlo serían más serios. No me hagáis esgrimir el argumento de lo de si los demás lo hacen yo también me tiro por la ventana.

Aunque mirando mejor estas aristas, lo de la monarquía que sufrimos en este país tiene más gracia. Como dije, al rey no lo elegimos: nos vino impuesto... por Franco, el anterior Jefe de Estado. ¿Pero no habíamos quedado en que eres Jefe de Estado si tu padre lo era, que ese es el concepto de monarquía? Bueno, es que el anterior Jefe de Estado lo que hizo fue restaurar la Monarquía que la Segunda República había derrocado... Pero lo hizo con mucho cuidado, tomándoselo con calma, durante cuarenta años de dictadura... Pero entonces, ¿qué fue el franquismo? ¿No fue una prolongación de facto de la República, por mucho que nos hayan vendido una moto, si el Jefe de Estado no era un rey? ¿No fue de facto una Restauración en el 75 la muerte de Franco? ¡¡¡¿¿¿Pero alguien me puede decir cómo le voy a explicar esto a mi hijo sin que se ría de lo pardillos que somos???!!!

Otros esgrimen otro argumento: Jefe de Estado hay que tener, lo mires por donde lo mires. Alguien que, como dice Wikipedia, "representa su unidad y su continuidad ante el Estado mismo y el mundo". En otros Estados, ya que tenemos un Presidente del Gobierno, aprovechamos y le ponemos también la gorrita de Jefe de Estado. En otros, son dos personas diferentes. Da lo mismo. En nuestro caso, hay gente que piensa que qué mejor que una persona que haya sido desde niño preparado para ello. Hmmm, vale, compro el argumento. ¿Qué mejor que una persona así? Lo que ocurre es que mientras tú piensas en alguien de la Familia Real, y que la continuidad sea porque, literalmente, le sale de los cojones, en mi caso yo pienso que sería mejor otra persona, no sé, alguien culto, con estudios, idiomas, cierto pensamiento crítico. Y llega ese señor de la esquina, que nos ha oído hablar sobre esto y piensa que también le gusta la idea, pero que ni el príncipe de sangre azul ni mi plebeyo, sino su sobrinito, al que le están también preparando desde pequeño. ¿Qué hacemos si llega una cuarta persona? ¿Y una quinta? ¡Por mucho menos empezamos hace tiempo alguna guerra Carlista que otra! ¿Tiene más derecho el primero? ¿Basándose en que la Familia Real es un ejemplo de concordia (cofdivorcioinfantacof), buenas maneras (cofMarichalarcocainómanocof) o alta moral sin tacha (cofUrgandarínysuagujeritodemillóndeeuroscof)?

Alguien levanta la mano en el fondo de la sala: ¿que Franco no nos impuso al Rey? Al votar la Constitución, explícitamente los españoles del 78 eligieron la monarquía parlamentaria. Es una forma de verlo. Otra es verlo como parte del argumento son-lentejas. Que yo sepa, no se presentó un ramillete de posibilidades donde elegir, sino un único paquete que si quieres lo tomas y si no, lo dejas. Una Constitución en la que, entre derecho a trabajo y derecho a una vivienda digna, algún artículo por ahí nos definía el país así. Y, por supuesto, la parte importante del párrafo es "los españoles del 78". Gente a la que hay que agradecerle muchas cosas, sí, pero DEL SETENTAYOCHO. Hace un tiempo ya, ¿no?

También hay gente que no defiende directamente a la monarquía, pero que nos trata un poco como si fuéramos borderlines. "¡Justo! ¡Ese es el principal problema de España! ¡Con quitarnos la monarquía de encima solucionamos el paro, el acceso a la vivienda y demás lacras!". No, es evidente que no, que hay problemas más acuciantes que resolver que el de la Jefatura de Estado hereditaria. Pero eso no significa que tengamos que aguantarnos sin quejarnos de la incongruencia del modelo.

Y me temo que el gran enemigo del republicanismo es que la monarquia no representa un problemón al Estado español. Es una "institución", como la quieren llamar, que no sale excesivamente cara. Hacen su trabajito de representarnos por el mundo, ofician de payasetes sociales (que si las bodas, que si el Froilán, que si las infantitas, que ricas que son, cuchi, cuchi...). No ha habido escándalos especialmente llamativos (aunque Urdangarín apunta maneras). En definitiva, nos quedamos con la opción de resignación, muy probablemente apuntando al sentimiento de la Transición de no menear mucho el asunto, que nos quedamos sin democracia... Con el tiempo, la cosa madurará, y si es más o menos seguro que tendremos un Felipe VI, ¿habrá una Leonor I?

Salgo del ensimismamiento. Al niño parece que la respuesta no le ha satisfecho, pero no me pregunta más. Al terminar el postre, ha cogido el mando y está viendo a Chowder. La serie tiene el mismo nivel de congruencia que esta monarquía parlamentaria, pero por lo menos es más divertida. Hay chistes de eructos y pedos.

martes, 8 de noviembre de 2011

Presentación del ciudadano

Vivimos en un mundo injusto. Esta es la premisa de la que Ciudadano Tersites parte, la piedra de toque sobre la que procuraremos construir la casa, el desafortunado motor de estas elucubraciones. Del mismo modo –y por un principio elemental de coherencia- rechazamos lo contrario: no existe una justicia en el orden de las cosas que se nos escapa y al mismo tiempo la injusticia imperante no es, en ningún caso, deseable en aras de algún ingrato sistema de sacrificios.
Con esto damos el primer paso de Ciudadano Tersites. Quien tenga a bien pasearse por aquí no debe perder de vista este hecho y el subsiguiente: queremos cambiar el mundo porque es injusto. Tremendamente injusto, manifiestamente injusto, procázmente injusto y no encontramos justificación alguna para que esto sea así.
Ya tenemos un motivo y todo lo demás es una hoja en blanco. No pretendemos predicar desde el púlpito, sino desnudar conceptos. (lo nuestro tiene mucho más que ver con la lujuria que con la santidad, como podrán comprobar). Creemos que, si bien la historia del conocimiento se ha forjado hasta ahora a golpe de pulsos, en el siglo veintiuno se mueve más bien a golpe de desordenados borbotones: un torrente descontrolado de información nos chorrea por los ojos y nos provoca desórdenes de atención y filtraciones de todos los colores. Nos toca dar batalla no ya en el desierto de la ignorancia sino en la selva tupida de las informaciones descontroladas. Aquí se pretende trabajar el criterio con el que cribar tanta bala perdida. Empezar a andar recalculando el espacio de un metro, cuestionando que significa la derecha o la izquierda o recordando las leyes elementales de la física.
Dicho esto solo nos queda hacer una hoja de ruta antes de empezar el viaje, aunque nos abandonaremos al placer de saltárnosla en cuanto podamos. Estas son algunas de las cosas que nos interesan y a las que intentaremos hincar el bisturí. Sirva también como aviso a navegantes.
- Creemos en la necesidad acuciante de una renovación del panorama social y político del país. La trinchera desde la que se afronta semejante tarea desafía los polos clásicos de derecha e izquierda, que deben ser redefinidos cuando no directamente descartados. Vaya por delante esta sencilla reflexión a la luz de lo ya dicho: Tradicionalmente se identifica a la derecha con conservadores y a la izquierda con progresistas. Si el conservador es quien quiere conservar el estado de las cosas (entendemos que por que su situación en el tablero es ventajosa, aunque esto es matizable), incurriríamos en una evidente contradicción si nos acercásemos a posiciones conservadoras. Por tanto no somos de derechas y menos aún considerando la coyuntura histórica de la derecha. Si por la izquierda consideramos aquella posición que pretende progresar en la historia de las ideas y cambiar el orden establecido partiendo del anterior, quizá tampoco somos de izquierdas, puesto que más que de una progresión hablamos de una ruptura. Aunque compartimos con la izquierda un afán dinámico y muchas de sus premisas (desaparición de las desigualdades entre las clases sociales, los derechos humanos como barrera natural, etc..). La prostitución que del término han hecho los autodenominados partidos de izquierdas, su apego a conceptos un tanto anacrónicos y varios experimentos fallidos (cuando no aberrantes) a lo largo de la historia, hacen necesaria la revisión del concepto.
Pero como queremos acudir a los mismos cimientos de las cosas, proponemos una reflexión sobre la misma legitimidad del Estado, hay que recuperar a Rousseau y su contrato social, hay que rechazar las afirmaciones acríticas impuestas por la tradición, la costumbre o la ley y empezar a construir de cero; el aire esta demasiado viciado, tanto que más que ventilar convendría mudarse. Esto no significa que todo lo alcanzado sea desechable. Infinidad de logros deben ser valorados en su justa medida, pero separando el trigo de la avena.
- Creemos en el pensamiento crítico como única manera de hacer ciudadanos libres. La ilustración nos ha legado una herramienta poderosa: el método científico, capaz de autocorregirse, superarse y predecir el futuro en todos los ámbitos del conocimiento. Y es en esa búsqueda desnuda de la verdad donde el pensamiento crítico debe guiar el propósito de un mundo más justo. Padecemos una dañina enfermedad, especialmente en el país que nos ha tocado vivir, cuyos síntomas consisten en aceptar un paquete de posturas, criterios y modos que se engloban bajo la etiqueta que forzosamente hemos de elegir: O se es de una facción con todas sus consecuencias o se está contra ella y todas las formas de pensamiento que invoca. El fenómeno alcanza su plenitud en la máxima “viva el Betis manque pierda”; si se es de derechas se está contra la memoria histórica, a favor de los toros y por los mocasines, si de izquierdas se es pro-ecología, se le tiene simpatía a Fidel Castro y se considera a la alta cocina como el nuevo arte. Por supuesto esto es una generalización trivial, pero no por ello es menos real la compartimentación de posicionamientos, gustos y opiniones entre los dos bandos en que los poderes públicos quieren dividir la realidad social. Pues bien, solo el pensamiento crítico puede darnos un criterio más allá del sentimiento de inclusión tribal para tomar postura frente a cada hecho al que nos enfrentamos. El pensamiento crítico nos permite además descartar de un plumazo muchas de las realidades que no le pueden sostener la mirada ni un segundo: medicinas alternativas, fenómenos paranormales, conspiranoias y, sobre todo y más preocupante: la religión. Desde ya nos declaramos ateos practicantes y en la lucha activa por un Estado laico (verdaderamente laico) relegando a ésta de donde nunca debió salir: del ámbito estrictamente privado. En España la religión es un lastre especialmente pesado, que nos ha anclado –y nos ancla- en el siglo XVII. Por supuesto cada uno tiene derecho a creer en lo que quiera, el mismo de cualquier otro a discutírselo sin que al primero le ampare un pervertido concepto del respeto
- Creemos que somos los primeros ciudadanos de un nuevo mundo; el mundo de Internet. Nunca se dispuso de una arma más contundente para cambiar las cosas, nunca la información viajó tan rápido y a tanta gente y nunca lo hizo de manera tan horizontal y democrática. Las nuevas tecnologías son la semilla de un nuevo mundo como lo son para una nueva revolución. La democracia directa es una realidad cada vez más tangible, el control de las ideas y la cultura cada vez más difícil (la técnica de la confusión por el bombardeo es el nuevo ministerio de la verdad). Por todo ello, lejos de considerar que la libertad en Internet es un problema de cuatro desalmados que pretenden saquear el esforzado trabajo de los pupilos de la SGAE, consideramos que es asunto de primera línea y que es mucho más que el beneficio de las productoras lo que aquí nos jugamos. No en vano fue la ley Sinde la chispa que provoco el primer movimiento organizado , que se hizo visible en el 15M, que desafió el orden impuesto. No fue fruto de la codicia pirata, fue la sombra de la censura sobre el único método que hasta ahora se ha mostrado eficaz para organizar una sociedad adormecida y desorientada, de acceder a la cultura que no aparece en los medios al uso y de plantar cara en igualdad de condiciones a quienes tenían acceso exclusivo a los púlpitos.

A partir de aquí se trata de aclarar conceptos, en ese acto terapéutico que es escribir para ordenar uno mismo sus propias ideas; algunas cobran fuerza sobre el papel (la pantalla en este caso), otras no resisten el transplante al mundo y mueren al ser observadas desde fuera. Toda discusión es bienvenida, todo comentario agradecido, toda salida del tiesto atacada con crudeza. Es más; nos sentiríamos eternamente agradecidos por cualquier colaboración en forma de artículos o ayuda técnica que tengan a bien compartir. Bienvenidos a la ventana del Ciudadano Tersites, que también tiene derecho a tener una opinión. Y recuerden, lo último que se pierde es el sentido del humor y sólo el humor salvará al mundo.