Por Tersites
Dice el Principio de Peter que en toda
organización jerárquica, una persona que realice bien su trabajo
será ascendida hasta alcanzar su nivel de incompetencia. No tengo ni
un pero que poner a esta afirmación. Es más, por mi experiencia se
trata casi de un axioma comparable a las leyes fundamentales de la
física. Pero amigos, si Peter formuló su propuesta a la luz de lo
que ocurría en Estados Unidos, nosotros, los españoles de raza,
hemos perfeccionado las leyes del escalamiento laboral hasta límites
solo posibles en el sindiós y el desbrujulamiento propios del suelo
patrio. Tanto es así que hemos demostrado que la parte del principio
que dice que toda persona que realiza bien su trabajo es
ascendida, es prescindible aquí. Nos quedamos con lo de la
incompetencia a secas.
La situación que paso a describir la
supongo familiar a casi cualquiera que haya tenido que ganarse el pan
sin un cuñado en el ayuntamiento, y reconocible en absolutamente
todas las escalas de poder, sin diferenciación de nivel cultural,
estatus social o prestigio laboral.
Acoqui:
Frente al principio de Peter, o más
bien abundando en él, se ha instalado en el bulbo raquídeo del
españolito lo que daremos en llamar la conjetura del nivel
impermeable, que postula –siempre dentro de la papilla
primordial del mercado laboral español- que una vez alcanzado un
hito dentro del escalafón laboral, el trabajador queda eximido de
cualquier actividad que realizara con anterioridad. Esto en román
paladí, quiere decir que la mierda se la coma el de abajo.
En segundo lugar, la actual empanada
que conforma el sistema productivo español creemos que viene regido
por la ley de la polarización temporal que tiene como base el
siguiente enunciado: la persona con más antigüedad en el lugar de
trabajo tiene un derecho inalienable a no hacer el trabajo más
desagradable, o el trabajo sin más, si me apuran. La tradición
castiza bautizó hace tiempo este hecho como “yo llegue primero así
que me toca” o lo que es lo mismo: que la mierda se la coma el que
viene después. Es reseñable que este principio opera generando una
relación de jerarquía entre empleados que comparten la misma
posición en el organigrama, aunque ambos se dediquen a sexar pollos
en campofrío.
La indeterminación de contenido
adverso es una ley que arraiga con más fuerza conforme se
asciende peldaños en el escalafón de la empresa. Postula que contra
más indefinidos sean los límites de los cometidos que un trabajador
presta a la empresa, menos trabaja. Su aplicación es casi matemática
en cargos que llevan títulos como manager consultant o taskforce
marketing supervisor o cualquier otro anglicismo que quieran ustedes
añadir a la tarjeta de presentación. Desde aquí sospechamos que el
portador de tan regios títulos pretende poner “jefe” sin ponerlo
para no ofender al jefe. Es este un mecanismo apenas eficaz en
trabajos de infantería: si en la chapita de la camisa pone
“apretador de tornillos” resulta muy difícil escaquearse de la
tarea encomendada.
La saturación por actividad
indefinida es un viejo conocido que sin duda conocerán por el
prosaico “menear papeles”. Mas que un principio se trata de una
técnica de camuflaje, donde el practicante adopta la pose de lo que
él supone que consiste trabajar en una oficina. En plena era de las
redes sociales, resulta pintoresco observar a algunos individuos
cambiando se sitio papeles, amén de hacer un flaco favor a la
deforestación y al medio ambiente en general. En cualquier caso es
encomiable el empeño que ponen en resultar convincentes, empleando a
veces más energía y esfuerzo que el que requerirían si realizasen
en trabajo por el que cobran.
La turbulencia preventiva o el
efecto “pez globo” y aquí amigos nos metemos definitivamente en
el terreno de los profesionales de lo que viene siendo ser jefe, así,
sin adornos. Hablamos de ser jefe como concepto absoluto, no como
medio sino como fin. El efecto pez globo se traduce en términos
militares como la mejor defensa es un buen ataque: cuando un jefe de
casta se siente acorralado, no tiene la más remota idea de que le
están diciendo sus subordinados -y debería saberlo en función de
su cargo- y su sentido arácnido le dice que se está jugando la
autoridad (bien mucho más importante que el anillo de Frodo), el
jefe se hincha. Comenzará entonces un festival de reproches,
lamentos y amenazas, que harán sin duda retroceder a las huestes de
empleados, temerosos de despertar la ira del capitán de la galera,
de imprevistas consecuencias para sus aspiraciones profesionales.
Pasada la tormenta, el jefe podrá seguir tranquilamente leyendo el
periódico o imprimiendo recetas de cocina.
Jefes en pleno brain storming sobre como hundir un banco para poder cobrar una indemnización de varios millones de euros (fuente: ABC.es) |
Una de las consecuencias de adquirir el
estatus de jefe se traduce en La paradoja temporal subyacente.
Sin duda la nueva condición dota al sujeto de unas facultades casi
místicas, donde el continuo espacio-tiempo adquiere una elasticidad
desconocida para quienes no han sido iniciados en el arte de mandar.
Las consecuencias en el tiempo transportadas al horario laboral,
devienen en un alegre relativizar las horas de entrada y salida, pero
no para trabajar menos –como reprocharía el vulgo proletario- sino
para rendir más.
Pero estos semidioses no son solo
capaces de malear el tiempo a su antojo, sino que en su estado de
gracia, son capaces también de desafiar lo que usted tiene por
inamovible en el espacio. Así es, según la paradoja del jefe de
schrödinger un jefe puede estar o no estar en función del
superior que le esta contemplando. Esto es, si en la
reunión-proyecto-informe-comida-sarao cabe la posibilidad de
participación de manera más o menos activa de un jefe de jefes, su
jefe, que había estado desaparecido en combate cual Chuck
Norris en la jungla de Camboya, aparecerá como si
jamás hubiera abandonado la nave, centrado, desafiante, poseedor de
las llaves de la puerta de occidente, más jefe que nunca.
Por último la transmutación de la
responsabilidad en frío, supone la consagración de toda una
carrera hacia el éxito, el último eslabón en la forja del carácter
de jefe genuino. Qué lejos queda ya a estas alturas el acto de
trabajar! Que diferente es este ser magnífico, dotado de unos
sentidos agudizados, de las hormiguillas que encuentran la
realización de su triste existencia en cosas tan mundanas y faltas
de glamour como llamar por teléfono o escribir en el Word! Pero no
todo es alborozo en la vida del jefe, ha de enfrentarse a la soledad
de la cumbre y a lo último que le ata a la vida material, el último
obstáculo hacia el nirvana definitivo: la toma de decisiones y lo
que es más grave: asumir sus consecuencias. Y es aquí amigos, donde
se diferencian los verdaderos líderes de nuestra sociedad de los
farsantes, los que abusaron de su suerte o los meros incompetentes:
el verdadero jefe ha de ser capaz de eludir cualquier responsabilidad
de sus decisiones, de las pocas que aun no tiene más remedio que
tomar.
Como líderes absolutos en cualquier
campo en el que nos lo proponemos, España es la cuna de los
jefes-ninja, de los jefes schrödinger , de los jefecillos y de los
jefecitos. Hasta tal punto dominamos el asunto que hemos creado
jerarquías cuyo único cometido es ascender, sin que se les conozca
ninguna otra aspiración productiva: los partidos políticos. En un
país con más indios que vaqueros, más generales que soldados y más
gatos que canarios, lo raro es que hubiera alguien vigilando las
cuentas de Bankia. Menos mal que siempre se puede echar mano de un
becario.
La sublimación del sueño laboral español: el Jefe de Estado |